ESPERANZA EN EL BICENTENARIO DE UN NUEVO PERÚ

Cuando nos deseamos un feliz año, nos estamos deseando que nuestros sueños sean alcanzados. Víctor Hugo autor de la novela Los Miserables, nos dejó esta frase:

“No hay nada como un sueño para crear el futuro.” 

El año 2020 ha sido un año de muchas dificultades ocasionada por la pandemia del COVID-19. Ha causado grandes estragos y penurias, que dice un dicho tibetano “la tragedia debe ser utilizada como una fortaleza”. Los sufrimientos fortalecen el espíritu para mantener la esperanza, cuando decimos no todo está perdido, porque la esperanza es una necesidad del ser.

La esperanza aparece en la mitología griega en la historia de la Caja de Pandora que, por curiosidad Pandora al abrirla, no hace caso a la prohibición de Zeus, y todos los males fueron liberados al mundo. Solo Elphis permanece al fondo, el espíritu de la esperanza.

La Real academia española, define la esperanza como un estado ánimo que surge cuando se presenta como alcanzado algo que deseamos; ejemplo: la ciencia en el menor tiempo fabricó la vacuna anti-coronavirus. La esperanza se opone, por defecto, la desesperación que “es pérdida total de la esperanza.”

La esperanza pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose, nos trasmite energía y con la voluntad de poder aflora lo mejor de nosotros mismos. La esperanza es un estado de optimismo, de confianza que hace posible la unión de todos los ciudadanos peruanos que anhelamos un nuevo Perú, es decir refundarlo al cumplir el bicentenario para erradicar todos los males que originamos con nuestros desaciertos y enfrentamientos, por no tener una visión de futuro compartida, y no sabiendo manejar y utilizar como medios la democracia, la libertad, la igualdad de oportunidades, la tolerancia, la equidad en la distribución de la riqueza para que todos tengan bienestar y felicidad. Es el sueño de la esperanza que necesita confianza, porque sin confianza nada se puede construir en el Perú que soñamos, que, teniendo todos los recursos opulentos, nos perdemos en la laxitud, en la desidia, en el conformismo, en el incumplimiento, en la displicencia.

La calidad de un país no está en sus recursos, sino en el recurso más valioso la calidad de su gente. Desterremos nuestros malos hábitos introduciendo ética y valores para fortalecer la esperanza y la confianza.